De manera histórica, el corcho ha sido compañero del vino por dos atractivos propios del material: su porosidad e impermeabilidad.
Gracias a la visión de Pierre Pereignon: un monje de la Champagna francesa fue quién utilizó por primera vez (cerca del año 1.670) el corcho como tapón, luego de experimentar con diferentes materiales que fuesen capaces de contener la gran presión que se creaba dentro en sus botellas.
El corcho proviene de la corteza del alcornoque, que es un árbol muy longevo y de madera durísima. Los principales productores del mundo son Portugal y España.
Por sus medidas, los tapones pueden ser cortos (desde 25 mm hasta 49 mm), o largos, para vinos de prolongada guarda (desde 50 mm hasta 55 mm). Por su calidad, estructura y densidad, pueden ser de categoría top, media, comercial o económica. En tanto que por su composición, se dividen en corchos «de una sola pieza» (tapón entero que se extrae del árbol y puede llegar a recibir un proceso de colmatado en caso de presentar grietas), «aglomerado» (fabricado sobre la base del corcho molido y prensado que sobró de los anteriores), y «mixto o 1 + 1» (una mezcla o unión de los dos primeros).
Bebe poseer como características la flexibilidad, impermeabilidad, adaptación y longevidad. Es resistente y liviano, flotante, no es tóxico ni contaminante, y convive perfectamente con el vino.
Su principal función es la de preservar las propiedades del vino con el paso del tiempo y garantizar que evolucione correctamente en la botella. Resumiendo, el tapón de corcho evita que entre una gran cantidad de oxígeno que dañaría el vino y a la vez es una barrera para bacterias y moho.
Fuente: https://www.devinosyvides.com.ar/nota/266-el-origen-y-la-importancia-del-corcho
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